Ha venido Eloy Sánchez Rosillo a leernos poemas de su obra
completa, editada por Tusquets. Las cosas
como fueron ha tenido varias ediciones precedentes y seguro que tendrá
otras posteriores donde se irán añadiendo libros a los diez que acumula la actual.
Acudo con Antonio Rodríguez a recoger a Eloy en el hotel San Antonio. Sigue siendo el tipo altísimo
vestido de negro, con barba y cabello blancos, con un cierto aire de personaje de
Tolkien, que profundiza su voz ronca y susurrante. Pregunta que cuántas veces
ha venido antes a Albacete y nos ponemos a contar con los dedos, pero nos
perdemos antes de llegar a una conclusión certera. Siempre nos falta su visita
de cuando tenía diez años y los Escolapios convirtieron aquel año en una
temporada en el infierno. Aquello no fue una visita, fue un infierno. Se compensa
con los veranos que pasaba en la Casa del Teniente, la finca donde tantos
poemas ha leído y tantos jilgueros ha oído cantar y tanta infancia ha acumulado,
incluso cuando rebasó la infancia y se internó en la edad madura, y vivía y
vive ya la infancia de memoria. Eloy habla mucho, viene muy locuaz de su reciente
estancia en Costa Rica. Nos cuenta el terremoto que presenció en un hotel de dos
pisos de una de aquellas ciudades encastradas en la jungla que viven terremotos
casi todos los días. Es el mismo, pero es otro este Eloy. La cara es la misma,
pero se le ha enriquecido con arrugas, ha adquirido un tono más barroso. Seguro
que por el efecto de las caminatas que se infringe todos los mediodías, los ocho
kilómetros que recorre sin pausa y sin agua, a la vera del río en su Murcia o
junto al mar en su retiro de Mazarrón. Hay quien lo ha visto pasar como una
sombra, sin camiseta, deslizándose fugaz en una hora en la que cualquier sombra
es una quimera. Ha venido a leernos sus poemas, pero también a compartir su
bonhomía, a convocarnos a los amigos que hemos disfrutado de su quehacer y de
su amistad y que andamos ahora desparramados por Albacete, una ciudad
desparramada, como suele ocurrirles a los pueblos que desembocan en ciudad sin haberse preparado.
En torno a una mesa alargada, la forma que tiene la amistad en nuestros bares,
echamos unas cañas y unas risas y nos perdemos remembrando cosas que han pasado
con Eloy en estos años y cosas que han pasado entre nosotros, que nos llevaron
hasta Eloy, hasta la poesía de Eloy, esa poesía que es siempre de notable como
mínimo, y que nos ha dejado versos y poemas que forman ya parte de nuestra
propia biografía.
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