Foto Yuli Jara |
Informar es contar lo que ha pasado o está
pasando. Eso es el periodismo. Libertad de prensa es dejar a los periodistas
que cuenten lo que pasa o está pasando. En España ahora mismo no existe
libertad de prensa. Los medios de comunicación no cuentan lo que sucede, sino
lo que quienes controlan los medios quieren que se cuente. Unas veces omiten cosas que
han ocurrido y otras veces cuentan cosas que no han ocurrido.
Por ejemplo, si hablamos de política, un
tema paradigmático, hay partidos que están más tiempo presentes en los medios y
otros que están menos tiempo o no están. Pero además hay partidos que siempre
están presentes en positivo y otros que solo aparecen cuando cometen presuntos
errores o han dicho cosas presuntamente criticables.
Se puede objetar que el periodismo lo hacen
personas y las personas nunca son completamente objetivas. También que los
periodistas ya no presencian directamente lo que sucede, sino que tienen que
construir las noticias asumiendo que las fuentes que se las suministran les están
trasmitiendo la realidad de los hechos y no una interpretación sesgada de los
mismos.
Estas objeciones facilitan mucho las cosas:
basta con situar en los sitios estratégicos a periodistas menos predispuestos a
ser objetivos, es decir dirigiendo las redacciones o seleccionando las noticias
que se emiten desde las fuentes mayoristas o suministradoras.
Los periodistas de verdad, los dispuestos
a contar la verdad de los hechos, son las primeras víctimas de la
desinformación. Son relegados a puestos secundarios o directamente despedidos,
o bien tienen que elaborar las informaciones con los datos que les llegan, sin
tiempo para calibrar si esos hechos son reales o están tergiversados, trabajando
además bajo la presión que supone que los rivales los van a difundir, en la
carrera por llegar antes.
Los medios viven de la publicidad. La
principal pagadora es la administración, que lleva mucho tiempo, prácticamente cuarenta
años, en las mismas manos: las manos de dos partidos y sus estructuras
concebidas para que nada cambie. Las grandes empresas financieras, que
contribuyen al mantenimiento publicitario de los medios, y que están pobladas
de expolíticos, tienen los mismos intereses que estos dos partidos (ahora tres):
que nada cambie.
Por si todo esto fuera poco, está la
autocensura, la autocorrección de los periodistas, que son los primeros
desorientados, porque nunca el ojo del huracán, el centro de los vendavales,
fue el mejor lugar para orientarse.
Internet es, más que nunca, la gran
biblioteca desordenada que observó Umberto Eco. En medio de tanta gente
hablando, ¿quién dice la verdad? Encima, los grandes manipuladores han
encontrado ya el modo de controlar ese caos: obtienen los datos a través de las
redes y dirigen las opiniones hacia sus intereses bombardeando mensajes
estratégicos. Nunca hubo tanta información en el ambiente y nunca fue tan
difícil distinguir la real de la falsa, la recta de la sesgada, la simple de la
interpretada.
Por si fuera poco, vivimos en las
pantallas. A veces estamos más pendientes de la pantalla que de lo que sucede a
nuestro alrededor, nos creemos más lo que dice la pantalla que de lo que dicen
nuestros sentidos, lo que estamos viendo, oyendo, tocando.
Solo hay una salida para este destierro de
la realidad, para este vivir sin referencias fiables: educar en el criterio.
Aprender primero cada uno de nosotros a desconfiar, a seleccionar los datos, a
calibrarlos y a deducir a partir de ellos qué está pasando. Y luego facilitar a
las nuevas generaciones ese mismo aprendizaje.
Entre tanto, la de 2018 es una edición
triste, tristísima del día de la libertad de prensa. En España y en buena parte
del mundo. Pero, si medimos en porcentajes la cantidad de realidad que suministran
los medios, España está más cerca de la cola que de la cabeza de la verdad en este
mundo que llamamos civilizado.
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