domingo, 6 de mayo de 2018

El cuarto poder, más poderoso que nunca

Foto Yuli Jara

Informar es contar lo que ha pasado o está pasando. Eso es el periodismo. Libertad de prensa es dejar a los periodistas que cuenten lo que pasa o está pasando. En España ahora mismo no existe libertad de prensa. Los medios de comunicación no cuentan lo que sucede, sino lo que quienes controlan los medios quieren que se cuente. Unas veces omiten cosas que han ocurrido y otras veces cuentan cosas que no han ocurrido.

Por ejemplo, si hablamos de política, un tema paradigmático, hay partidos que están más tiempo presentes en los medios y otros que están menos tiempo o no están. Pero además hay partidos que siempre están presentes en positivo y otros que solo aparecen cuando cometen presuntos errores o han dicho cosas presuntamente criticables.

Se puede objetar que el periodismo lo hacen personas y las personas nunca son completamente objetivas. También que los periodistas ya no presencian directamente lo que sucede, sino que tienen que construir las noticias asumiendo que las fuentes que se las suministran les están trasmitiendo la realidad de los hechos y no una interpretación sesgada de los mismos.

Estas objeciones facilitan mucho las cosas: basta con situar en los sitios estratégicos a periodistas menos predispuestos a ser objetivos, es decir dirigiendo las redacciones o seleccionando las noticias que se emiten desde las fuentes mayoristas o suministradoras.

Los periodistas de verdad, los dispuestos a contar la verdad de los hechos, son las primeras víctimas de la desinformación. Son relegados a puestos secundarios o directamente despedidos, o bien tienen que elaborar las informaciones con los datos que les llegan, sin tiempo para calibrar si esos hechos son reales o están tergiversados, trabajando además bajo la presión que supone que los rivales los van a difundir, en la carrera por llegar antes.

Los medios viven de la publicidad. La principal pagadora es la administración, que lleva mucho tiempo, prácticamente cuarenta años, en las mismas manos: las manos de dos partidos y sus estructuras concebidas para que nada cambie. Las grandes empresas financieras, que contribuyen al mantenimiento publicitario de los medios, y que están pobladas de expolíticos, tienen los mismos intereses que estos dos partidos (ahora tres): que nada cambie.

Por si todo esto fuera poco, está la autocensura, la autocorrección de los periodistas, que son los primeros desorientados, porque nunca el ojo del huracán, el centro de los vendavales, fue el mejor lugar para orientarse.

Internet es, más que nunca, la gran biblioteca desordenada que observó Umberto Eco. En medio de tanta gente hablando, ¿quién dice la verdad? Encima, los grandes manipuladores han encontrado ya el modo de controlar ese caos: obtienen los datos a través de las redes y dirigen las opiniones hacia sus intereses bombardeando mensajes estratégicos. Nunca hubo tanta información en el ambiente y nunca fue tan difícil distinguir la real de la falsa, la recta de la sesgada, la simple de la interpretada.

Por si fuera poco, vivimos en las pantallas. A veces estamos más pendientes de la pantalla que de lo que sucede a nuestro alrededor, nos creemos más lo que dice la pantalla que de lo que dicen nuestros sentidos, lo que estamos viendo, oyendo, tocando.

Solo hay una salida para este destierro de la realidad, para este vivir sin referencias fiables: educar en el criterio. Aprender primero cada uno de nosotros a desconfiar, a seleccionar los datos, a calibrarlos y a deducir a partir de ellos qué está pasando. Y luego facilitar a las nuevas generaciones ese mismo aprendizaje.

Entre tanto, la de 2018 es una edición triste, tristísima del día de la libertad de prensa. En España y en buena parte del mundo. Pero, si medimos en porcentajes la cantidad de realidad que suministran los medios, España está más cerca de la cola que de la cabeza de la verdad en este mundo que llamamos civilizado.

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Estos artículos se han publicado los domingos en la página 2 del diario La Tribuna de Albacete