Independientemente de que sea
obligatoria, la mascarilla se ha convertido en la nueva cortesía social.
Equivale a estrechar la mano.
No olvidemos que estrechar la mano es una
reminiscencia guerrera. Nuestros antepasados enlazaban la mano desnuda con la
de su adversario, antes de la negociación, para mostrar que no empuñaban arma y
que por tanto no tenían intención de agredir. Era como una bandera blanca de
carne y hueso. Ahora esa reminiscencia, entrañada ya en nuestros hábitos
sociales, tanto cercanos como de etiqueta, vuelve a ser una agresión, porque
para estrechar la mano hay que romper la distancia de seguridad, y nuestro
acercamiento se convierte en una invasión, una amenaza. La amenaza de contagiar
con el virus. La alternativa de saludarse con el codo, no deja de ser un tosco
e incómodo remedo de extremidades amputadas, y de hecho tampoco garantiza la
distancia reglamentaria. En cuanto a saludarse con los pies, queda bien para el
desenfado juvenil, pero no para un encuentro entre personas serias. Lejos, muy
lejos quedan los besos estallados en la oreja y los abrazos. Se han vuelto
sucios, perversos, pecaminosos. Quedan para una hipotética y anhelada normalidad,
posterior a la implantación de la vacuna, que ya veremos si llega. Casi todos
hemos acabado comprendiendo que llevar puesta la mascarilla está enviando un
mensaje a quienes nos ven pasar. Un mensaje que al principio se entendía como «no
quiero que me contagies». Había gente a la que le molestaba mucho provocar esa
reacción defensiva. Les hacía sentirse apestados. Poco a poco se va imponiendo
el significado de «no quiero contagiarte, la llevo puesta por respeto, es
incómoda, se me empañan las gafas, me desfigura, me amordaza, pero aun así me
la pongo para demostrarte mi cortesía, que te puedas relajar un poco, que estés
bien conmigo, sin miedo de enfermar». El que va con la cara al descubierto, lleva
la mascarilla barbillera, o asoma las narices sobre la tela, directamente hace
daño, antes que nada, a la vista. La rebeldía juvenil de prescindir de la mascarilla
ya no es rebeldía, sino mala educación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario