El homenaje se ha desarrollado en el Ateneo, con la presencia de la mujer y las dos hijas de Isidoro y muchos de sus amigos. Adjunto a continuación el texto con el que he intervenido:
Isidoro
Ballesteros
Con Isidoro Ballesteros
Ruiz (Albacete, 1942-2016) hemos perdido una de las últimas ventanas por las
que aún podíamos asomarnos al Albacete antiguo, a aquel Albacete que se podía recorrer tranquilamente a pie y donde
todo el mundo se conocía y se trataba. Qué lejos el tiempo de mi infancia,
cuando mis tías me llevaban de la mano, atravesando calles poco iluminadas, a
una mercería llamada El Oeste, para abastecer de hilo y botones a mi tía Conchi.
Aquellas salidas eran una auténtica aventura. Íbamos al Oeste. Qué nombre tan
acertado, tan lleno de evocaciones, tan provocador de sueños.
Más adelante, en plena
adolescencia, participé en un concurso de novela, y el patrocinador era El
Oeste, convertido ahora en propulsor literario. No mucho después, cuando
creamos la revista La Siesta del lobo,
ahí estaba Isidoro Ballesteros, encarnando la leyenda, dando la forma
justiciera a aquella mercería y a aquel certamen literario.
Isidoro ha sido el mejor
mecenas que ha tenido la literatura albaceteña en el siglo XX. Probablemente el
único. Antes de proponerle un proyecto, ya había aceptado colaborar. Aportar
dinero a fondo perdido en una causa perdida como es el arte, cuando lo
promueven jóvenes con más ilusión que realismo. Eso es ser muy generoso. Esa
generosidad es ya en sí misma singular e irrepetible. Y más en alguien que supo
ser realista en el difícil mundo de la empresa.
Por supuesto, había algo
más, de lo que nos fuimos enterando luego. Isidoro no solo apoyaba proyectos
ajenos, también tenía su propio proyecto literario. Además de sus minuciosos
artículos de prensa.
Primero nos alegramos de
que ganara el premio Gemma de Teatro en 1997 con dos obras, LA VENTANILLA DE LA
FELICIDAD y EL SOMBRERO DE CRISTAL. En 2001 sacó a la luz sus poemas ilustrados,
que tituló POESÍA E IMAGEN, donde encontramos ecos muy sentidos, de poetas como
Jorge Manrique, pero también versos propios dignos de recordación: «Quien vive
de recuerdos solamente, / acaso será porque el presente / no ha logrado». O, en
otro momento: «desnudo ante la vida / sin harapos ni vestido que ponerme, / me
veo más libre mientras pienso».
Por esos años, dedicó un
homenaje a su padre, Isidoro Ballesteros Moreno, fundador de aquel Oeste, en su
centenario. Fue en 2002. Una deliciosa rareza: ESPAÑA EN VERSO, que reúne,
provincia a provincia, los pueblos más significativos de cada una, colocados de
tal forma que constituyen versos con rima, para resultar más fácilmente
memorables. Un trabajo que no era de él, sino de su padre, pero que él tuvo el
acierto de sacar a la luz, con el mismo cuidado que ponía en todas su
publicaciones.
Sus poemas volvieron a
ser protagonistas en una recopilación que preparó como regalo de bodas de su
hija Míriam en 2006. Finalmente, en 2013 publicó el que es su testamento vital
y literario: ENUNCIADOS Y PENSAMIENTOS. Un libro que reúne aforismos,
reflexiones y poemas, clasificados en capítulos temáticos, como a él le gustaba
dejar las cosas, bien ordenadas. Pensamientos que aúnan sensatez y hondura en
muchos casos. He aquí un ejemplo: «Hay quien cree que la originalidad es buscar
cosas nuevas. Lo original, como su nombre indica, no puede perder de vista su
origen. La originalidad consiste en adaptar y mejorar lo que ya se inició en su
día; como la naturaleza, que siempre es original porque siempre está
evolucionando».
No acabaríamos, si
tuviéramos que destacar todo lo que merece la pena de este último libro. Pero
me atrevo a seleccionar otra cita: «El que pierde la paciencia, pierde también
parte de credibilidad del resto de sus cualidades». Imagino que Isidoro, como
humano que era, perdió alguna vez la paciencia. No daba esa impresión, sin
embargo. Todos los que le conocieron tienen la únanime sensación de que era un
hombre bueno, en el sentido más machadiano de la palabra. Un hombre discreto,
no hasta la disolución, porque disolverse es imposible, pero sí hasta el sigilo
de no parecer que estaba cuando estaba tanto. Ahora que nos falta, lo
entendemos. Como el Albacete nuestro y ya perdido, que tan bien encarnaba.
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