Carmina
Useros
El pasado 23 de marzo murió Carmina Useros Cortés (1928-2017). Yo
la admiraba por muchas cosas. Aunque la conocí cuando era ya mayor, conservaba
una elegancia natural irrepetible. Recuerdo haberla visto surcar la acera de
enfrente de la calle Ancha con su melena canosa desplegada al viento y con toda
su altura ligeramente inclinada hacia adelante, en una imagen de determinación tan
poderosa que de inmediato la asocié con el mago Gandalf de El señor de los anillos. Y algo de maga tenía, como lo tienen todos
los buenos cocineros. Pero su fuerza no residía tanto en la inmediatez como en
la constancia. Con su marido, el oftalmólogo Manolo Belmonte, fallecido por
desgracia demasiado pronto, asumieron en los años sesenta la costumbre de
subirse al coche y salir de viaje cada fin de semana a una provincia distinta
para visitar a los alfareros del lugar y comprar algunas piezas que descargaban
los domingos a última hora, marcadas con un esparadrapo en donde figuraban los
datos de su origen y adquisición. De este modo paciente y tenaz fueron
conformando la colección que constituiría el Museo de Cerámica Nacional de
Chinchilla. Con la misma dedicación fue anotando las recetas de las cocineras
más valoradas de los pueblos albaceteños, en un tiempo en que la gastronomía era
cosa de mujeres y por lo tanto muy poco glamurosa. Así reunió su libro de la
cocina albaceteña. Así lo hacía todo, por lo menos aparentemente: se fijaba una
meta y no paraba hasta alcanzarla. Homenajeaba al Quijote en lecturas del libro
cervantino bien aderezadas y recompensadas con su saber culinario. Promovía
veladas literarias, exposiciones, enseñaba a leer en el Cotolengo, organizaba
lecturas de teatro. Y, con ser mucho todo esto, aún fue más lejos y movilizó a
profesionales y amigos de la burguesía albaceteña de los años 70 para devolver
al mapa un barrio de cuevas de Chinchilla. Las cuevas que quedaban al lado
norte de la muralla, probablemente cerca de lo que había sido un portillo para
entrar y salir, un agujero. Las chimeneas no tiraban bien y al encenderlas se
llenaba todo de humo y hollín, pero descubrieron que alargándolas se
solucionaba el problema. Hoy, las Cuevas del Agujero, bien albeadas y con sus
misteriosas chimeneas cónicas, son el lugar más fotografiado de Chinchilla y
tal vez de toda la provincia de Albacete. El año pasado, por estas fechas,
Carmina Useros fue una de las espectadoras del ciclo de poetas Poesía Viva. Se
sentaba en los primeros lugares y permanecía tan concentrada y tan atenta que
nos sentíamos exigidos para dar lo mejor de nosotros mismos. ¿Cómo íbamos a
pensar que una mujer así iba a ponerse mala? Casi ni nos enteramos de su
enfermedad, que sobrellevó con una discreción franciscana, porque tal vez
quería que la recordásemos fuerte, alta y creadora. Alguien que hizo todo esto,
alguien que cambió un barrio entero y lo puso ante las cámaras, que construyó
un museo único, que rescató por primera vez la cocina albaceteña, debería estar
en letras de molde si las cosas fueran como deberían ser. Está en muchos de
nuestros corazones, que no es poco.
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