Si las películas son para sumergirse, yo me
sumerjo hasta los tuétanos en la primera secuencia de Tres carteles en las afueras, cuando la cámara recoge un paisaje
envuelto en bruma y la voz de Renée Fleming interpreta The last rose of summer de Friedrich von Flotow. La butaca del cine
no consigue evitar que me derrita, que me funda, que me haga etéreo.
También me sumerjo, ¿cómo no hacerlo?, introduciéndome con una mezcla de prevención y
de curiosidad en la gruta submarina del comienzo de La forma del agua. Y se ralentiza mi pulso.
Es curioso que las dos películas favoritas a los Óscar de este año
coincidan en introducirnos con secuencias disolventes.
Menos me disuelvo, pero no dejo de sentirme en peligro con las primeras
secuencias de Dunquerke (que pierde
mucho si se ve en pantalla pequeña), ni dejo de oler el aceite de las máquinas
y de sentirme transportado (yo diría devuelto) a la redacción de un periódico de
los años 60 en Post, ni dejo de
observar El hilo invisible como quien
observa por una mirilla unas vidas a la vez exquisitas y mórbidas.
No he visto la de Churchill. Pero mi quiniela sigue el orden de la
enumeración que acabo de hacer de las películas que he visto. No me parece una
mala cosecha la de este año.
Tengo que añadir que, si se trata de crear un ambiente singular, creíble y
apetecible, La librería de Coixet no
tiene nada que envidiarles.
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