domingo, 1 de abril de 2018

Despidiéndome a ciegas


Acudimos a despedir a la hija que se marcha después de pasar la Semana Santa con nosotros y nos quedamos en el andén de la estación hasta que arranca el autocar y la vemos desaparecer, aunque ya le hemos dado los besos y abrazos pertinentes antes de que subiera la escalerilla y desapareciera de nuestra vista.
Ahora los cristales de los autocares son oscuros y ni siquiera sabemos dónde se ha sentado la hija y no sabemos si nos mira o se ha concentrado en el móvil o está distraída conversando con el compañero de asiento que le ha tocado en suerte. Nosotros seguimos ahí, de pie, estoicamente, sonriendo a la sombra de nuestra hija, a su presunta atención, mientras el chofer apura minuciosamente sus últimos preparativos, ajusta el sillón, se acerca el volante, arranca, hace retroceder el vehículo para encarar la salida. Ni siquiera sabemos en qué lado está sentada la hija, si en el izquierdo o en el derecho, pero agitamos la mano, con menos convicción yo que Verónica, más coartado por mi sentido del ridículo. Miro a mi alrededor y hay quien hace lo mismo que nosotros. No estamos solos. Nunca estamos solos del todo en este reino.
No hace mucho, unas horas apenas, hicimos algo parecido, esbozamos otro ritual en el aire de la puerta de casa, cuando otro de los hijos partió conduciendo su coche con su pareja sentada en el asiento de copilota. Los habíamos besado y abrazado varias veces, sin contar las veces que los abrazábamos, sin considerar que los despedíamos compulsivamente. Ellos se dejaron hacer. Ahora concentran su atención cada cual en lo suyo, en el volante, en retroceder con el coche, en elegir la música, en comprobar si el perro está bien sujeto atrás, en acomodarse para el largo viaje, mientras nosotros seguimos de pie, de espaldas a nuestra puerta, sonriendo como tontos, o como padres que se despiden, que quizá sea una expresión más digna. Y luego, cuando empiezan a alejarse, cuando están a punto de desaparecer de la vista, agitamos también la mano, con ese gesto consolador que borra por unos instantes el vacío que empieza a generarse, la ausencia que inicia su cuenta atrás, la distancia que se acrecienta kilómetro a kilómetro.

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Estos artículos se han publicado los domingos en la página 2 del diario La Tribuna de Albacete