Lo despertó una pesadilla. Tenía que pagar impuestos o algo parecido.
Hacía un calor insoportable. Se levantó a tientas y quiso ir al váter, pero no encontraba la puerta. Había tantas… Siguió andando. Tropezó. Siempre tropezaba en las escaleras. Cuando se quiso dar cuenta, estaba en la calle. Y, unos pasos más allá, se había salido del país. Aunque no estaba seguro porque era de noche. Llamó a su hijo. Su hijo le reprochó que lo despertara tan tarde: hombre, padre, que yo tengo que dar la cara mañana. Ya, hijo, pero es que me he perdido. ¿Dónde estás? En el extranjero, creo. ¿En qué país? No lo sé. ¿Pero cómo no vas a saberlo? Te juro que no lo sé. El hijo pensó que su padre chocheaba. Últimamente había perdido el don de borrar sus propias huellas. Desde lo del elefante. Mira, padre, mándame una postal y mañana miro el matasellos, que no son horas. Lo que te voy a mandar, hijo mío, es una carta. Hacía años que no escribía. Empuñaba el bolígrafo y adoptaba la pose de escribir hasta que cesaban los flashes. Luego soltaba el bolígrafo como si quemara y volvía a lo suyo, a la campechanía. Las cartas se las escribían. Y los discursos. Él se pasaba horas ensayándolos con su lengua gorda. Y luego los leía como recitando, con tristeza en las cejas. Llamó a su escribano de guardia y le pidió que le redactara una carta. ¿Y qué digo? Tú sabrás, ese es tu trabajo, por el que te pagan. El escribano le echó vicio. Los asesores palaciegos contuvieron la noticia unas horas, pero a media tarde todo el país estaba alborotado con aquella carta. ¿Y dónde estará este hombre? ¿Papá, ya sabes dónde estás? Ni idea, hijo mío. Aquí estoy con unos amigos, pero no te sé decir dónde. ¿Por lo menos llevarás dinero de bolsillo? Siempre llevo la tarjeta crown, hasta duermo con ella. La vicepresidenta, el presidente, todos tuvieron que salir a contar lo que no sabían. ¿Cómo iban a decir que el hombre se había levantado a medianoche a mear y se había salido de España; quién iba a creérselo? Papá, ¿sabes qué?, cuando sepas dónde estás, no me lo digas, prefiero no saberlo; y pórtate bien. Tú igual, hijo.
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