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| Foto: Juanjo Jiménez |
Hay lugares donde la magia parece al alcance de la mano.
O esa sensación al menos tiene uno. Hablo por supuesto de una playa o un bosque solitarios en las horas liminares del día. La soledad y una luz difusa, o una noche estrellada, provocan la inminencia de que algo va a ocurrir ante nuestros ojos. Aunque al final no pase nada, ese suspense, en el que incluso contenemos el resuello, nos cambia el ánimo, nos reconcilia con el cosmos del que formamos parte. Posiblemente esa es toda la magia que podemos esperar, lo que no es poca magia. Me dijo hace muchos años el historiador Pepe Sánchez Ferrer que a esos lugares se les llama hierofánicos porque parecen propicios para que en ellos lo sagrado y lo real se junten (la hierofanía es eso). Mencionaba montañas a los que los primitivos acudían en romería y donde más tarde se erigieron ermitas o templos. Probablemente sea la sugestión la que provoca esa inminencia (porque alguien nos contó una historia que nos pone en situación). Sin embargo, por lo que sea, nuestro cuerpo capta en esos lugares sensaciones que nuestra mente es incapaz de comprender. Vivimos la incapacidad de comprender con una mezcla de atracción y de temor, también difusas. Llamamos sagrado a lo que no podemos explicar con palabras. Yo he experimentado la hierofanía como cualquier hijo de vecino. Por ejemplo, en lugares como la montaña triangular de Tindaya o el santuario de Cortes. Pero también en sitios cerrados, como el instituto Bachiller Sabuco cuando estaba de secretario y asomaba a oscuras al andén silencioso después de horas lidiando con las cuentas del centro. Algo así siento ahora, sobre el escenario del Teatro Circo, bajo esa cúpula azul que solo tiene siglo y medio de existencia (se inauguró en 1887). Este discreto asombro mío, que otros dicen experimentar también, me parece no obstante insuficiente para que se catalogue al edificio como patrimonio de la Unesco. Confieso además que siento un temor supersticioso a que el mero hecho de entrar a formar parte de ese catálogo disuelva cualquier magia e instale para siempre la tontería.
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