Tanto como hacer romería por los belenes, se ha convertido
en tradición navideña visitar en el Museo Municipal de Albacete una selección de las
fotografías que han ido apareciendo a lo largo del año en el diario La Tribuna...
Un ejercicio que expansiona la vista y estimula el análisis. A través de los ojos de Arturo Pérez, José Miguel Esparcia y Rubén Serrallé, vemos desenrollado en las paredes el año 2017 y nos damos cuenta de cuántos contrastes se producen en solo doce meses.
Un ejercicio que expansiona la vista y estimula el análisis. A través de los ojos de Arturo Pérez, José Miguel Esparcia y Rubén Serrallé, vemos desenrollado en las paredes el año 2017 y nos damos cuenta de cuántos contrastes se producen en solo doce meses.
Ahí está José Manuel Aira, el entrenador del ascenso del
Albacete a segunda división, cegado por el champán en medio de una rueda de
prensa; y enseguida, casi sin solución de continuidad, aparece con los ojos pesarosos después de que lo cesen. Y está Manuel Serrano, concejal taciturno, escuchándole a su jefe
Javier Cuenca las explicaciones de su dimisión, y enseguida aparece él mismo
posando con la vara de alcalde como un niño con zapatos nuevos.
Por supuesto está la meteorología, que reina con tanta
autoridad que hasta las borrascas tienen más nombre y pedigrí que los inmigrantes que
llegan en patera. Así tuvimos la nevada jubilosa del 19 de enero, con coches
atascados en la autovía y niños jugando en el Altozano, y medio año más tarde
la gran sequía que dejó panza arriba el forro de los embalses, con la arcilla
agrietada y el asomo de antiguas aldeas sumergidas. Entre medias, las llamas del
incendio de los bosques de Yeste y del asentamiento ilegal junto al Jardín
Botánico, paisajes dantescos, sombras brotando de la tierra.
Y, ¿cómo no?, está Dámaso, nuestro Dámaso, el Dámaso de
todos, incluidos los que pasan de tauromaquias, dando su última vuelta al ruedo
del coso ya centenario, entre lágrimas de sus hombres, mientras su mujer y sus
tres hijas observan desde la fortaleza del blanco y negro como cuatro heroínas
de Lorca. Y están, fundidos para siempre, el Dámaso vestido de luces y quien lo
miró, el fotógrafo Jesús Moreno, tan delgado y narigudo como el diestro, así de
aceitunado y patilludo, tan genial a su modo.
Por supuesto, todo no cabe: Aparece solo Susana Díaz y no
Pedro, aparece el «Barcelona somos todos», después del atentado, pero no
aparecen las banderas españolas reivindicándose contra Cataluña en los balcones.
Dejan huella la sonrisa de una gimnasta rítmica en el campeonato de España de minusválidos
psíquicos y el escorzo del pintor Antonio López acariciando un cuadro, mientras
detrás de él, la pintora, en escorzo también, vigila cada gesto del genio.
Al fondo de los retratos, muchos retratos, de artistas,
modelos y hasta Izpisúa, se alza una ciudad donde apenas se distinguen el
pasaje Lodares, las puertas de la Catedral y la cúpula del Teatro Circo. Una
ciudad sin escenografía, pero que es ya mucho más que la Feria de Septiembre,
de la que solo salen las fotos inevitables, el alcalde abriendo la puerta y
unos refajos girando redondos.
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