Confieso que la actitud de Isabel Coixet durante la
incandescencia catalana me dio mala espina. Manifestó en un artículo publicado
en El País su experiencia de ciudadana acosada por no ser independentista, y se
dejó utilizar por los golpistas del artículo 155...
Que estuviera estrenando en esos días su nueva película, La librería, convertía la coincidencia en una forma grosera de hacerse publicidad a este lado del Ebro. Aun así, Verónica y yo somos de los cinéfilos a los que nos gustan sus películas, que por lo visto no dejan a nadie indiferente: o eres forofo suyo o te parecen artificiosas, pretenciosas y osas. Sin ir más lejos, mi buen amigo Juanjo Jiménez, que se pasa media vida en las montañas, no pudo soportar entera la película anterior, la polar Nadie quiere la noche, que Verónica y yo disfrutamos con escalofrío en las butacas. De modo que me tragué mis prejuicios y nos acercamos a ver La biblioteca. Hice bien. Me pareció exquisita en todos sus aspectos: la música, la fotografía, el vestuario, la dirección artística… Y todo lo demás. Me pareció una película hermosa, sensible y bien contada. No recuerdo otra entre las que he visto este año que la supere. De hecho, contrasta con otras que he visto en las últimas semanas y que me han defraudado, como el nuevo Asesinato en el Orient Express de Kenneth Branagh o Suburbicon de George Clooney, películas con buenos actores y excelentes mimbres, que sin embargo parecen confeccionadas con cartón piedra y resultan inverosímiles de cabo a rabo. No consigues salir de tu realidad para meterte en la ficción. A Coixet la acosaron unos independentistas gilipollas y ella escribió un artículo para desahogarse y denunciarlo. A partir de ahí, establecer categorías y convertir en gilipollas a todos los independentistas, como se colige de la utilización del artículo, es tan insensato como considerar que la aplicación del 155 es justa y necesaria. Ni la independencia ni el 155, el justo medio, el diálogo que no existió ni existe porque a Rajoy no le interesa y a su cómplice Rivera menos. Solo les interesa el poder de los votos, aunque para ello tengan que mantener en la cárcel o en el exilio a sus contrincantes. La protagonista de La librería tiene que marcharse de una ciudad a la que dedicó su empeño porque el poder vigente no admite otro final que la victoria por aplastamiento del rival. Isabel Coixet, que ha dirigido esa hermosa película, seguro que lo sabe.
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