domingo, 17 de diciembre de 2017

En las oquedades de Chinchilla

Junto al pozo del Claustro de Santo Domingo
El canal de televisión regional ha celebrado una especie de concurso para dilucidar cuál es el pueblo más bonito de Castilla-La Mancha. El concurso tiene mucho de subjetivo ya que quienes deciden no son expertos, sino los propios televidentes votando en Facebook y otras vías, incluida la telefónica...
Se trata, por tanto, de una encuesta de popularidad disfrazada de democracia. Encima es un concurso que requiere perseverancia: hay que votar todas las semanas durante más de un mes. Y cada semana acumula los votos de las anteriores. Por lo visto (yo no veo televisión) cada jueves se celebraba una especie de exposición de méritos, en donde han ido apareciendo algunos de los perfiles y de los vecinos más característicos de cada municipio en juego.
Chinchilla, que participaba, ha quedado al final cuarta entre un total de diez. La ganadora ha sido la también albaceteña Liétor. El flamante municipio más bonito de Castilla-La Mancha cuenta con 1200 habitantes. Chinchilla supera los 4100 nominales, aunque probablemente alcanzaría los 5000, si muchos de sus vecinos no prefiriesen estar empadronados en la capital, Albacete, situada a 13 kilómetros.
He escuchado a algunos de mis frustrados convecinos criticar el carácter de los chinchillanos (sin eludir incluirse ellos mismos) que, siendo más, se han desinteresado por una campaña que podía relanzar el nombre de la ciudad. Dicen que algunos, abiertamente, han manifestado que preferían no votar para no seguir beneficiando a ciertos establecimientos de restauración que les resultan antipáticos. Cuentan que, en la gala final, el local de Liétor estaba rebosante de gente enfervorizada mientras que en Chinchilla acudieron al auditorio municipal siete personas.
Después de todo, puede que este, el de la oquedad, el del vacío, sea el gran atractivo de Chinchilla. En esto no nos gana nadie. Hay pruebas. El domingo pasado estuve enseñando una vez más algunos de sus recintos a personas que habían mostrado interés por conocerlos. Abrimos y explicamos el castillo, que está siempre cerrado. Enseñamos el claustro del siglo XIII y las salas museísticas del doctor Daudén y de la indumentaria chinchillana, tras abrirlos claro, porque también estaban cerrados. Dimos una vuelta por el estimulante exterior de las cerradas cuevas del Agujero. No alargamos más la visita porque también están cerrados el edificio renacentista de Las Tercias y las ermitas de San Julián, Santa Ana, Santo Domingo y San Antón. El antiguo pósito municipal está en obras, parece que para convertirse finalmente en un centro de interpretación del castillo. También pasamos por la puerta del Museo de Cerámica Nacional, que solo puede abrir por encargo porque no recibe ayudas. En la iglesia de Santa María del Salvador, un rico crisol de estilos arquitectónicos, había misa, por lo que tampoco visitamos el Museo Parroquial. Ni siquiera intentamos visitar el propio ayuntamiento, cuya parte occidental es rococó. En lugar de eso, nos fuimos a echar una cerveza en la plaza. A cien metros están los baños árabes, también del siglo XIII, reconvertidos en cocheras y cerrados a cal y canto. No tuvimos la suerte de cruzarnos con ninguna otra visita guiada. Y, por supuesto, no existe ningún hotel, aunque hay un par de casas rurales. Y palacios del siglo XVII y XIX cerrados y patios también cerrados. Eso es todo.

Mi enhorabuena a Liétor.

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Estos artículos se han publicado los domingos en la página 2 del diario La Tribuna de Albacete