viernes, 26 de enero de 2018

Danzando con la vieja, la vieja de Ana Martínez Castillo

De izquierda a derecha Sara Cabeza, María Moreno, (ay no recuerdo el nombre, perdóname),
Ana Martínez Castillo, Eloy Cebrián, un servidor, Valentín Carcelén, Antonio Rodríguez,
Javier Lorenzo, Manu y Raúl, durante las cañas que hemos echado tras la presentación
Ana Martínez Castillo escribe los poemas, y las prosas (tanto da), con el instinto. Es decir, escribe con la infancia viva.
Una infancia en la que resuenan los cuentos que le contaba su padre al acostarla y los miedos y las ensoñaciones que experimentaba en esa duermevela previa al sueño profundo. Es un don poder volver, tener tan a mano ese estado fronterizo. De ahí le vienen esas asociaciones tan afortunadas, como «viento encorvado», en las que está el fenómeno meteorológico, pero está también el individuo que lo sufre, cualquiera de nosotros, adoptando una postura de protección contra el propio viento y contra lo que representa.
Ana Martínez fue alumna mía en mi primer año en el instituto Bachiller Sabuco. Estaba yo aterrizando en un centro tan siniestro como los ambientes de algunas de las piezas de Ana, un centro donde había castas muy marcadas, que paseaban sus ectoplasmas y sus cadenas por los andenes flotantes y las escaleras de mármol. Las dos Anas, como yo las llamaba, eran mis alumnas literarias. Con quince años ya se las veía despegar y elevarse en la escritura.

Luego le presenté su primer libro de poemas. Fue en El indiano. No recuerdo el año, ni pienso consultarlo. El libro se llamaba No recuerdo el año, ni pienso consultarlo. El libro se llamaba La danza de la vieja. Sí, es este mismo que hoy le ha presentado Antonio Rodríguez Jiménez en Librería Popular. Pero ahora es mejor. No solo porque los años enriquecen los sueños infantiles. También porque la escritora ha sabido madurar restañando y reponiendo y silenciando poemas.

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Estos artículos se han publicado los domingos en la página 2 del diario La Tribuna de Albacete