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Con Zapater (i) y Segrelles durante mi intervención |
Llegamos en el atardecer valenciano, envueltos en los sones de un Paquito el chocolatero procedentes de algún garaje cercano, y nos adentramos en soledad de la calle Corona, rodeados de persianas metálicas cerradas y de grafitis trazados por la muchachada grafitera que parece la misma en todos lados, también de bolardos que hay que mirar de reojo para no dejarse en ellos las rodillas o algo peor.
Pero hay una luz. Y la luz se llama librería. Y en
la puerta están fumando Amparo, la dueña, y Víctor Segrelles, uno de los tres
promotores de Veintiúnversos. Víctor
es buen conversador y solo nos enteramos de que se ha hecho la hora de la
presentación porque empiezan a llegar concurrentes. Sale Benedito, asoma Juan Pablo Zapater, saludamos a Joaquín Juan Penalva.
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Con Lola Mascarell y Joaquín Juan Penalva (d) |
José Saborit, Lola Mascarell y Carlos Marzal
llegan a última hora, in extremis, cuando estamos ya todos sentados, esperando
el comienzo. Les han reservado la primera fila porque ellos tienen que ponerle colofón
al acto con la presentación de la plaquette de Saborit Carta al hijo.
Vamos leyendo los seis o siete poetas que hemos
contribuido y estamos presentes de los veinte que formamos parte del número
5 de la publicación. Nos sumamos así a las cien voces que ha recogido la revista en estos
primeros números, ya que no repite nadie hasta la fecha. Han tenido la
elegancia de dejarme el último porque soy el que viene de más lejos.
Al acabar, durante el vino que ofrecen los
organizadores, nos encontramos a Lamar Herrin, que acaba de venir de Estados
Unidos para pasar su temporada anual en Valencia. Lo primero que me pregunta
Lamar es si he terminado ya las memorias de mi época de político. Cuando le
digo que estoy atascado en el mismo pasaje donde estaba atascado cuando las
leyó, se enfada mucho conmigo. Se enfada a la manera pacífica con que se puede
enfadar Lamar. Me insta a que las retome ya, insiste en que este es el momento
en que hay un público dispuesto a leerlas, asegura que se divirtió mucho con
las páginas que le pasé, instruye a Verónica para que me conmine a escribir.
Renunciamos a la cena con los organizadores porque
tenemos que conducir de vuelta a Chinchilla y no queremos que se nos hagan las
tantas de la noche. Pero volvemos muy llenos de amistad y de ilusiones de
seguir en el tajo de la literatura. Para eso sirven estos lances, qué caramba.
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