Cuando era pequeño, y hasta bien entrada la
juventud, ir al cine equivalía a asistir a un programa doble...
Te zampabas dos películas seguidas. Un atracón de cine. Podías empezar con la segunda, o incluso llegar a medio, y luego quedarte a todo el programa hasta que se acababa. Gracias a esta venturosa anomalía comercial, pude aprobar la asignatura de cine en la carrera. Siempre he sido un espectador poco crítico. Una vez inmerso en la trama, se disipan todas mis capacidades analíticas. El cine en sala significa para mí una disolución absoluta de mi identidad en los personajes y en el argumento. Sin embargo, para completar los trabajos de aquella asignatura, tenía que fijarme en cómo estaban hechos los filmes. Eso me obligaba a atender a factores como las tomas, las secuencias, los encuadres y demás aspectos técnicos. Lo pasé mal. Me resultaba imposible centrarme más allá de unos pocos minutos. Entonces descubrí que, si entraba en la sala cuando las películas estaban mediadas, tardaban más en absorberme. Fue la única manera de aprobar aquella maravillosa asignatura.
Te zampabas dos películas seguidas. Un atracón de cine. Podías empezar con la segunda, o incluso llegar a medio, y luego quedarte a todo el programa hasta que se acababa. Gracias a esta venturosa anomalía comercial, pude aprobar la asignatura de cine en la carrera. Siempre he sido un espectador poco crítico. Una vez inmerso en la trama, se disipan todas mis capacidades analíticas. El cine en sala significa para mí una disolución absoluta de mi identidad en los personajes y en el argumento. Sin embargo, para completar los trabajos de aquella asignatura, tenía que fijarme en cómo estaban hechos los filmes. Eso me obligaba a atender a factores como las tomas, las secuencias, los encuadres y demás aspectos técnicos. Lo pasé mal. Me resultaba imposible centrarme más allá de unos pocos minutos. Entonces descubrí que, si entraba en la sala cuando las películas estaban mediadas, tardaban más en absorberme. Fue la única manera de aprobar aquella maravillosa asignatura.
El sábado lo reviví con Verónica. Estuvimos en la
filmoteca, viendo Dunkerque, de
Christopher Nolan. Al salir, miramos el reloj y se nos ocurrió que aún podíamos
llegar al pase de las 20:20 de Los
archivos del Pentágono, de Steven Spielberg, en Vialia. Eran las 20:20,
pero sabemos por experiencia que Yelmo retrasa la proyección entre doce y quince
minutos sobre la hora anunciada. No corrimos, pero caminamos esos quinientos
metros con tanta celeridad que aún nos dio tiempo de ver el último spot, uno de
coches (¿cómo no?), antes de que empezara la película.
Dos filmes intensos y extensos, con el único
paréntesis de una rauda caminata desintoxicadora. Qué felicidad. No fui yo en
toda la tarde. ¿Y el balance? La película de Nolan está diseñada para disfrutarla
en una sala. No creo que en una pantallita se disfrute ni la tercera parte. Es
envolvente y ha cuidado con mimo la dirección artística, los miles de extras,
los paisajes, los ingenios, la tensión de los bombardeos, sin mostrar ni una
sola jeta del enemigo. Lo que más me llamó la atención es la asincronía entre
las tramas paralelas: desde el barco, por ejemplo, están viendo lo que ya
sucedió para nosotros unos minutos antes. Un recurso que incrementa la
desorientación y nos sumerge más en el marasmo de una batalla tan
caleidoscópica. El tramo final es tan desbarajustado que directamente no
distingues a los personajes. Y me sigue pareciendo gratificante.
Los
archivos del Pentágono, cuyo título original, más
ajustado, es The Post, ha sido
excluida de la lucha por los Óscar. Puedo imaginarme por qué. Ellos se lo
pierden. El duelo interpretativo entre Hank y Streep está a la altura de lo que
yo esperaba. Y la reconstrucción que han hecho de un periódico de los años 70,
para los que lo hemos vivido, es simplemente deliciosa. Hay incertidumbre, por
supuesto, hay denuncia de cómo el poder presiona a la justicia y a la prensa
(para nosotros un asunto de plena actualidad). En la película se resuelve
favorablemente hacia la democracia, gracias a la integridad, la profesionalidad
y la cabezonería de ciertos personajes claves. En nuestra España está
sucediendo justo al revés. Hacía tiempo que una película de Spielberg no me
llegaba tan adentro.
Al día siguiente, cuando escribo estas líneas, aún
estoy paladeando la mezcla, mientras llueve con ganas en Chinchilla.
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