domingo, 28 de enero de 2018

En una sesión continua de buen cine

Cuando era pequeño, y hasta bien entrada la juventud, ir al cine equivalía a asistir a un programa doble...
Te zampabas dos películas seguidas. Un atracón de cine. Podías empezar con la segunda, o incluso llegar a medio, y luego quedarte a todo el programa hasta que se acababa. Gracias a esta venturosa anomalía comercial, pude aprobar la asignatura de cine en la carrera. Siempre he sido un espectador poco crítico. Una vez inmerso en la trama, se disipan todas mis capacidades analíticas. El cine en sala significa para mí una disolución absoluta de mi identidad en los personajes y en el argumento. Sin embargo, para completar los trabajos de aquella asignatura, tenía que fijarme en cómo estaban hechos los filmes. Eso me obligaba a atender a factores como las tomas, las secuencias, los encuadres y demás aspectos técnicos. Lo pasé mal. Me resultaba imposible centrarme más allá de unos pocos minutos. Entonces descubrí que, si entraba en la sala cuando las películas estaban mediadas, tardaban más en absorberme. Fue la única manera de aprobar aquella maravillosa asignatura.
El sábado lo reviví con Verónica. Estuvimos en la filmoteca, viendo Dunkerque, de Christopher Nolan. Al salir, miramos el reloj y se nos ocurrió que aún podíamos llegar al pase de las 20:20 de Los archivos del Pentágono, de Steven Spielberg, en Vialia. Eran las 20:20, pero sabemos por experiencia que Yelmo retrasa la proyección entre doce y quince minutos sobre la hora anunciada. No corrimos, pero caminamos esos quinientos metros con tanta celeridad que aún nos dio tiempo de ver el último spot, uno de coches (¿cómo no?), antes de que empezara la película.
Dos filmes intensos y extensos, con el único paréntesis de una rauda caminata desintoxicadora. Qué felicidad. No fui yo en toda la tarde. ¿Y el balance? La película de Nolan está diseñada para disfrutarla en una sala. No creo que en una pantallita se disfrute ni la tercera parte. Es envolvente y ha cuidado con mimo la dirección artística, los miles de extras, los paisajes, los ingenios, la tensión de los bombardeos, sin mostrar ni una sola jeta del enemigo. Lo que más me llamó la atención es la asincronía entre las tramas paralelas: desde el barco, por ejemplo, están viendo lo que ya sucedió para nosotros unos minutos antes. Un recurso que incrementa la desorientación y nos sumerge más en el marasmo de una batalla tan caleidoscópica. El tramo final es tan desbarajustado que directamente no distingues a los personajes. Y me sigue pareciendo gratificante.
Los archivos del Pentágono, cuyo título original, más ajustado, es The Post, ha sido excluida de la lucha por los Óscar. Puedo imaginarme por qué. Ellos se lo pierden. El duelo interpretativo entre Hank y Streep está a la altura de lo que yo esperaba. Y la reconstrucción que han hecho de un periódico de los años 70, para los que lo hemos vivido, es simplemente deliciosa. Hay incertidumbre, por supuesto, hay denuncia de cómo el poder presiona a la justicia y a la prensa (para nosotros un asunto de plena actualidad). En la película se resuelve favorablemente hacia la democracia, gracias a la integridad, la profesionalidad y la cabezonería de ciertos personajes claves. En nuestra España está sucediendo justo al revés. Hacía tiempo que una película de Spielberg no me llegaba tan adentro.

Al día siguiente, cuando escribo estas líneas, aún estoy paladeando la mezcla, mientras llueve con ganas en Chinchilla.

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Estos artículos se han publicado los domingos en la página 2 del diario La Tribuna de Albacete