Foto: José Miguel Esparcia |
Ahora que los inviernos cada vez hielan menos, ha hecho más frío en una sala de la Saramago que en la calle.
Hablo de la sala donde expuso el pintor Juanjo Jiménez sus cuadros invernales. Parecían imágenes sencillas, con montañas y árboles sobre la corteza de la tierra, y burbujas y formas geométricas en el subsuelo, donde deberían estar las raíces. Casi siempre una cruz negra imponente ocultaba una parte del paisaje, como un tachón trazado por un censor caprichoso. Dice Juanjo que son cruces que ha heredado del ruso Malevich, el que en los años veinte del pasado siglo pintó un cuadrado blanco sobre fondo blanco. En los inviernos visuales de Juanjo Jiménez, no hay sin embargo blancura, sino, en todo caso, barruntos de blancura, porque el blanco total no existe, como no existe el silencio tampoco. Hay manchas, sucesiones de árboles y montañas. Son su forma de sacar afuera lo que le han dejado impreso en la retina sus viajes por todos los nortes del planeta. Juanjo es un aventurero romántico que ha llegado tarde a la aventura. Y como ya no quedan tierras vírgenes en las que perderse, él las recorre montado en una bicicleta con alforjas, el vehículo más expuesto a la intemperie, después del propio cuerpo. Juanjo necesita periódicamente que lo abracen el frío, la lluvia, la soledad y hasta la inminencia de los osos, como le pasó en Alaska. En la Casa de la Cultura José Saramago dispuso su cosecha de cuadros, algunos fetiches que volvieron con él y hasta el medio centenar de libros que lo inspiraron en sus campañas. Pero, sobre todo, nos trajo envuelta en sus pinturas la luz del norte, pasada por el tamiz de su sensibilidad y de su oficio. Nos ofreció los inviernos que lo han estremecido como los metales nos transmiten la electricidad que los atraviesa. Pensamos que el frío es una temperatura. En cambio es una luz moribunda que no muere, que difumina los perfiles donde patina el tacto. Caminabas por la exposición y la luz de los cuadros te iba inundando de horizontes y distancias y atmósferas geométricas. Al volver a la calle, daban ganas de quitarse el abrigo.
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