Ahora que nos acosa una epidemia, conviene recordar que hubo alguien en la Alcaraz de 1587 que aventuró un método para atajar las epidemias.
También que la higiene podía ser útil para curar, aunque el lavarse las manos con jabón vendría después. Y habló de la musicoterapia y de que algunas enfermedades se somatizan. El libro se llamó Nueva filosofía de la naturaleza del hombre, y naturalmente fue un best seller de la época. Se publicaron reediciones en los dos años siguientes. La única duda, que sigue viva hasta hoy, es quién lo escribió. Lo firmaba una mujer: Oliva Sabuco de Nantes. Pero en 1910, buscando documentos para agasajarla, un bibliotecario encontró el testamento del padre de Oliva, el bachiller Miguel Sabuco. Aseguraba que el autor era él mismo, y no su hija. Ahí parecía que había cambiado definitivamente el paradigma. De hecho, Francisco Pérez González, el temido Menos Uno, propuso denominar al instituto de la antigua calle Oliva Sabuco con el nombre del Bachiller, ya que la calle iba a perder la denominación. Acabaría llamándose Avenida de España. Desde entonces, el instituto uno es Bachiller Sabuco, aunque la controversia se mantiene viva. Incandescente, de hecho. Los defensores de Oliva y los de Miguel han llegado a enfrentarse encarnizadamente en la prensa local hace apenas diez años. Los partidarios del padre, no solo enarbolan el testamento, también la renuncia de Oliva en 1588, y hasta la firma del bachiller, que coincide con la que se estampa en el libro. Dicen que la sabiduría que contiene es excesiva para una joven de 24 años. Hay quienes añaden que también es demasiada para el padre, un boticario, y la atribuyen al lingüista y pedagogo Pedro Simón Abril, eminente alcaraceño de la época. Los defensores de Oliva se aferran a que, si el libro apareció firmado con su nombre, por algo sería. Y también a que hubiera sido suicida pedirle por carta a Felipe II (como hizo Oliva) que convocara a sus sabios para entrevistarse con ellos, sin estar preparada para mantener el coloquio. Para no reñir, ¿por qué no llamamos “Sabuco”, a secas, al instituto?
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