Firmantes del pacto de San Sebastián (1930) que decidió el final de la monarquía y el comienzo de la República |
Los medios
de comunicación repiten como papagayos una idea hasta que parece inevitable. Alguien
propuso que se reeditasen los pactos de la Moncloa. Desde entonces no paramos
de oírlo.
El clamor se confunde con los pájaros de la primavera. Claro, suena
bien. En 1977, con Franco recién muerto, la economía en crisis y mucha
incertidumbre, todos los partidos se pusieron de acuerdo en que funcionáramos
como una monarquía parlamentaria. Esa era la forma. El fondo fue que nada se
alterase para que no cambiase nada. Lo llamaron transición. En ella seguimos. Y
muchas de las cosas que han pasado desde entonces han sido retrocesos. El
presunto socialista Felipe González se aseguró dos millones de euros de sueldo
vitalicio. La burbuja inmobiliaria que le explotó en las manos a Zapatero
sirvió para que su sucesor Rajoy devolviese la ley laboral, la de educación y
el resto a la línea de salida, el punto en que estaban al principio. Y nadie lo
revierte. El coronavirus ha entrado en tromba. Y por cierto ha matado en España
más que en ningún sitio. Y ha matado más en las comunidades en las que el
austericidio eliminó más camas y recortó más medios sanitarios. Por ejemplo,
Madrid. Por ejemplo, la Castilla-La Mancha de Cospedal y Page. El café para
todos de las comunidades autónomas, que se repartieron las competencias como si
fueran caramelos, ha demostrado que no funciona cuando las cosas se ponen feas.
Entonces, el único camino eficaz es coordinarse. Resulta patético oírles
disentir a los reyes de taifas de Galicia, Cataluña o Madrid con argumentos
peregrinos, solo para que se note que están y que aún mandan. Los ejemplos de
Rajoy saliendo a correr o Aznar fugándose a Marbella o Casado removiendo la
mierda son alta traición en un país que se debate entre la vida y la muerte. Los
únicos pactos que valdrían la pena son los que restaurasen las estructuras que
nos han ido arrebatando. Una sanidad, una educación, una atención a los
dependientes bien dotadas y estables, que no dependan de los devaneos
políticos, los insufribles parches de esta transición.
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