En un domingo como este, asisto todos los años a un fenómeno que me estremece.
Las cofradías de Chinchilla han competido durante toda la Semana Santa por ser la mejor organizada, la que mejor toca, la más original. En realidad todas han sumado y esta competencia sucede en un segundo plano, mal disimulado a veces. Pero ahí está, porque los humanos somos así, nos gusta imponernos. Es un instinto. Sin embargo, cuando llega el domingo de Resurrección, agotados por los interminables desfiles, y no obstante iluminados por una extraña alegría, bajan todos acompañando a la Virgen y se intercambian las capas y se mezclan satisfechos. Este día son todos Chinchilla, y lo son al unísono. Lo recuerdo con nostalgia: será este el primero, desde que hay memoria, en que solo suena, también unísono, el silencio. No soy religioso y no he mamado la tradición como mis vecinos. Por eso el día que prefiero de la Semana Santa chinchillana es precisamente este, que es el que ellos odian porque se les acaba. Las cornetas y los tambores y las voces en la plaza y la narración del Encuentro en Viernes Santo formaban parte del paisaje sonoro de estos días, como lo formaban las bozainas los sábados precedentes. Y fíjate qué curioso: tenemos ese trasfondo tan arraigado que lo extrañamos hasta quienes lo vivíamos como un telón de fondo, una escenografía compartida que nos ofrecía una referencia para que el año no corriera tan deprisa y pudiéramos descomponerlo en tradiciones y meses. Desde mi clausura, me solidarizo con mis convecinos que se habrán estado mordiendo las uñas. Más de uno ha puesto música de bandas y ha tocado la corneta en los balcones. Hoy intercambio con ellos mi capa de ateo y mentalmente bajo por la calle Virgen de las Nieves hacia santo Domingo, contagiado por la tristeza con que bajan, y no obstante enaltecido con la satisfacción de estar compartiendo con ellos este singular esfuerzo, este encierro que nos dedicamos los unos a los otros para que el año que viene disfruten ellos una Semana Santa normal y yo los tenga sonando al fondo de mis rutinas. Ojalá que Alemania y Holanda se intercambien también sus capas con los demás países europeos que salimos en la procesión del coronavirus, ojalá la oposición española se deje de hacer campañas y se mezcle también, de verdad, no de boquilla, para que España seamos todos, para que Europa seamos todos, para que el mundo seamos todos, contra este marciano que quiere conquistar la Tierra, el Covid-19.
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