domingo, 21 de junio de 2020

El odio


Todo el mundo conoce el experimento de Paulov, que hacía sonar una campana cada vez que le daba de comer a un perro. Pasado el tiempo, al oír la campana, el perro empezaba a salivar aunque no hubiera comida. Esta reacción es extrapolable a situaciones humanas.
Por ejemplo, hay gente que oye Cataluña, independentismo, Venezuela, Coletas o perroflauta, y se indigna. Su cabreo se dirige hacia personas o grupos determinados. Obsérvese que son palabras inocentes: designan lugares, intenciones, peinados. Sin embargo, se han convertido en símbolos, en campanas que reavivan un odio que estaba latente, esperando la hora de comer. Y esto es tan natural en el ser humano como en el perro de Paulov. Hace años, un amigo vasco me decía de los simpatizantes de ETA: son personas normales, incluso buena gente, hasta que sale el tema. Entonces se vuelven fieras. Como quien le chumba un perro al vecino, ciertos políticos han usado una y otra vez esas palabras en sus discursos, vinieran a cuento o no. Han jugado con fuego para cerrar filas, para tener el odio engrasado, para mejorar sus encuestas. Han hecho sonar tanto la campana, han apretado tanto el interruptor, que el interruptor se ha roto. Muchos de esos hipnotizados no se desconectan del odio. Se han convertido en zombis. De hecho, sienten que su odio es legítimo y lo alimentan compartiéndolo con otros, formando bandas a ver quién odia más y mejor. De las caceroladas y los gritos destemplados contra las familias de sus odiados, han pasado a grabar vídeos disparándoles a sus retratos. ¿Cuál es el siguiente paso? Inocular miedo u odio en las personas para ganar votos es una estrategia repulsiva. ¿Van a seguir con ella ahora que se les ha ido de las manos? Aquí no sobra nadie. Esos zombis son personas valiosas que podrían contribuir a solucionar problemas reales, que no tienen que ver con banderas, sino con llegar a fin de mes, con que el médico nos cure, con que nuestros hijos aprendan a ser felices, con que nuestros mayores se sientan seguros. El odio no solo no soluciona los problemas, es un problema. Y gordo.

No hay comentarios:

Estos artículos se han publicado los domingos en la página 2 del diario La Tribuna de Albacete