Todo el mundo conoce el experimento de Paulov, que hacía
sonar una campana cada vez que le daba de comer a un perro. Pasado el tiempo, al
oír la campana, el perro empezaba a salivar aunque no hubiera comida. Esta
reacción es extrapolable a situaciones humanas.
Por ejemplo, hay gente que oye
Cataluña, independentismo, Venezuela, Coletas o perroflauta, y se indigna. Su
cabreo se dirige hacia personas o grupos determinados. Obsérvese que son
palabras inocentes: designan lugares, intenciones, peinados. Sin embargo, se
han convertido en símbolos, en campanas que reavivan un odio que estaba
latente, esperando la hora de comer. Y esto es tan natural en el ser humano como
en el perro de Paulov. Hace años, un amigo vasco me decía de los simpatizantes
de ETA: son personas normales, incluso buena gente, hasta que sale el tema.
Entonces se vuelven fieras. Como quien le chumba un perro al vecino, ciertos políticos
han usado una y otra vez esas palabras en sus discursos, vinieran a cuento o no.
Han jugado con fuego para cerrar filas, para tener el odio engrasado, para
mejorar sus encuestas. Han hecho sonar tanto la campana, han apretado tanto el
interruptor, que el interruptor se ha roto. Muchos de esos hipnotizados no se
desconectan del odio. Se han convertido en zombis. De hecho, sienten que su
odio es legítimo y lo alimentan compartiéndolo con otros, formando bandas a ver
quién odia más y mejor. De las caceroladas y los gritos destemplados contra las
familias de sus odiados, han pasado a grabar vídeos disparándoles a sus
retratos. ¿Cuál es el siguiente paso? Inocular miedo u odio en las personas para
ganar votos es una estrategia repulsiva. ¿Van a seguir con ella ahora que se
les ha ido de las manos? Aquí no sobra nadie. Esos zombis son personas valiosas
que podrían contribuir a solucionar problemas reales, que no tienen que ver con
banderas, sino con llegar a fin de mes, con que el médico nos cure, con que
nuestros hijos aprendan a ser felices, con que nuestros mayores se sientan
seguros. El odio no solo no soluciona los problemas, es un problema. Y gordo.
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