«La realidad no existe, solo los relatos». Se oigo decir al
director de una central nuclear, en la serie alemana Dark.
Los alemanes
saben de lo que hablan: una nación entera montó un holocausto a partir de un
relato. En España, nos repiten que hemos vivido una transición modélica. Ese es
el relato. Sin embargo, la realidad es tozuda, se filtra por los tejidos de la
alfombra donde intentan esconderla. Vuelve Adolfo Suárez a contarle a Victoria
Prego que tuvieron que meter al rey en la Constitución porque no habría ganado
un referéndum. El descendiente de Fernando VII posó con el elefante que acababa
de cazar mientras los españoles sufríamos el austericidio. Aunque los partidos
que se autodenominan constitucionalistas bloquean las investigaciones para
salvaguardar el relato oficial, jueces extranjeros nos explican que el rey
borbón aterrizó en Suiza con un maletín lleno de millones para repartirlos con
su amante. La alfombra sigue supurando. Hasta la justicia, tan maniatada por
estos mismos partidos, empieza a señalar que ese señor canoso, que actúa como
un gurú y pontifica desde las puertas giratorias, era el jefe, la X de una
banda de asesinos llamada GAL. Hace tiempo que se probó que Eme Punto Rajoy pagaba
las obras en la sede de su partido y gratificaba el silencio de sus
colaboradores con dinero negro. Y que los crímenes de Atocha los cometieron
terroristas musulmanes, alimentados por el odio de una guerra en la que España
entró a buscar unas armas nucleares que nunca existieron. Y como es público y
parlamentario, sabemos que Casado se ha ido a Europa a conseguir que España
pague más, que los españolitos, todos, paguemos más, mientras en el Congreso español se envuelve con la bandera rojigualda y babea patriotismo. Este es el
relato oculto de una España en la que millones de ciudadanos ya no se sienten
responsables de sus actos porque todo lo malo que les ocurra será culpa del Coleta,
el mayor antihéroe de la España reciente. Los bulos son el chocolate del loro
de la gran mentira. A veces siento la tentación de creérmela, pero no tengo
tanta imaginación.
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