He aparcado la novela de intriga que estaba leyendo porque me ha raptado la vida del Emérito contada por Rebeca Quintans,
Juan Carlos I. La biografía sin silencios (Akal, 2016). Tiene los ingredientes de las mejores novelas y encima es verdad. Va más allá de la figura, habla de la Corte. Uno puede seguir el rastro de lo que pasó y sobreponerlo a lo que nos contaron que pasó. Encajan del mismo modo que la página mojada transparenta la que hay debajo. Estábamos allí, lo teníamos delante, pero no nos enteramos. Y solo hemos empezado a creerlo porque las luchas internas han tirado al pantano el relato oficial de la transición, que ahora está chorreando. En otras circunstancias seguiríamos creyendo que Corinna Larsen era la mala y que Quintans tenía mucha imaginación. Le ha pasado a Iñaki Gabilondo, el periodista cortesano que, en una confesión insólita, en el último párrafo de la última página de, nada menos, que el diario El País, ha reconocido sentir vergüenza y creer que la monarquía se va al garete. Lo dice como el hipnotizado que despierta de un hechizo en el que él mismo ofició como hechicero. Los españoles tenemos que seguir leyendo la prensa extranjera para enterarnos de lo que pasa aquí. Si no fuera por la fiscalía suiza y por la BBC, no habríamos oído a Corinna que la familia real es una empresa con fondos evadidos en todos los paraísos. Nos sorprende el escueto comunicado de la Casa Real admitiendo que el Emérito está en Emiratos Árabes Unidos. ¿Ahora se enteran? ¿Para qué lo dicen, si ya lo sabemos? ¿Qué apoya el manifiesto firmado esta semana por 70 expolíticos, la presunción de inocencia del rey o la de sus cortesanos? Conociendo los métodos que emplean para defender el relato oficial, lo extraño es que el libro de Quintans pueda leerse. En cambio, Podemos, el partido republicano del gobierno, afronta la duodécima imputación. Los jueces sobreseyeron las once primeras. Eso sí, después de que los crucificaran los medios, sin rectificar después. Queda algo bueno. Al menos aquí aún podemos sorber el té tranquilos. En Rusia, el relato oficial sabe a polonio.
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