Dar clases de Educación Física este curso se ha convertido en una proeza.
Llevábamos todo el verano cavilando: tendríamos que renunciar a las interacciones para respetar la distancia de seguridad, tendrían que trabajar con la mascarilla puesta, lo que supone una molestia añadida a la molestia del esfuerzo para todos aquellos que no están acostumbrados a moverse. Nuestra obligación principal es conseguir que se muevan y que disfruten tanto moviéndose que acaben incorporando el movimiento como un hábito a sus vidas. Cuando digo movimiento, me refiero al que hace subir las pulsaciones por encima de 120 y se mantiene al menos 20 minutos seguidos. Cada vez más, la ciencia está de nuestra parte. Desde hace una década, las investigaciones sobre el cerebro prueban que el ser humano aprende moviéndose, que el ejercicio físico aumenta el número de neuronas y también de conexiones entre neuronas, libera neurotransmisores que nos hacen sentirnos mejor, pero también memorizar mejor, atender más y durante más tiempo. La ciencia avanza, pero nuestro sistema educativo sirve a otras inercias e ideologías que lo estancan. Aun así, a pesar del Covid y de nuestro sistema educativo, perseveramos. Pero como si fueran el malo de la serie, en vez de ayudar, nuestras administraciones ponen palos en las ruedas. Por una normativa regional, no podemos usar los pabellones municipales si somos más de diez. Como Page no ha hecho sus deberes, no tengo un solo curso, de los nueve que llevo, con menos de veinte alumnos. Los patios están vallados para separar en los recreos a los grupos burbuja. O sea, que tampoco tenemos patios. Y el jueves, nos echaron literalmente del Parque. Nos dijeron: váyanse, que no lo han solicitado. Somos el instituto Sabuco, el que está junto al Parque y yo llevo usándolo ininterrumpidamente 31 años. Jamás nadie nos ha dicho que teníamos que pedir permiso. Cuando oigo el anuncio que ha pagado Page en los medios, con el dinero de todos, diciendo que la educación en nuestra región va muy bien y es segura, no dejo de preguntarme en qué nube vivirá ese hombre, desde luego sin moverse.
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