«Hemos matado tanto que hemos aprendido y se nos da bien matar».
La frase la soltó Agustín Martínez el pasado miércoles ante un Teatro Circo abarrotado. Y hablaba en serio. Agustín Martínez es uno de los miembros del triunvirato que se escondió detrás del seudónimo de Carmen Mola para escribir la novela policiaca La novia gitana. Los otros dos son Jorge Díaz y Antonio Mercero. Tres guionistas curtidos en la frustrante jungla del cine español que un día decidieron jugar a escribir una novela juntos, a ver qué pasaba. Y pasó que la novela superó sus mejores expectativas. De hecho, al principio le contaban a todo el mundo que estaban escribiéndola, que la protagonista era una inspectora llamada Elena Blanco que se emborrachaba con grappa y quería ser Mina en el karaoke, que el asesino inoculaba gusanos en el cerebro de sus víctimas… Como firmarla con tres nombres hubiera sido bastante disuasorio para los lectores, buscaron un seudónimo. Aseguran que probaron con nombres ingleses y luego españoles que no terminaban de cuadrar, hasta que uno dijo: «Carmen», y otro replicó: «eso mola», y el tercero zanjó: «pues Carmen Mola». Porque trabajan así, de forma muy coordinada, y así responden a las entrevistas, aunque ellos le quiten importancia bromeando. Porque son tres tipos ingeniosos, capaces de competir a cuál más. En su visita al Teatro Circo dieron una lección. Todo lo que contaban tenía enjundia. Y queda claro que si sus novelas han funcionado es porque detrás hay tres profesionales que conocen su oficio y se engranan como un reloj. Llevan cuatro novelas policiacas ―acaban de sacar Las madres― pero el mejor de sus enigmas pasa desapercibido. Se pasman de que nadie los asociara con Carmen Mola hasta que se destaparon ganando el Planeta. Habían desvelado detalles de la primera novela, pero nadie se acordaba, no les habían escuchado. De Carmen Mola unas veces decían que tenía tres hijos y otras que dos. Nunca concretaron de qué era profesora. Y sin embargo nadie recelaba. Al final, lo de menos era quién firmaba esas novelas truculentas que no podías dejar de leer.
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