domingo, 29 de enero de 2023

El tesoro ineludible

 


Estábamos en el Louvre y se nos había hecho la hora de comer. Pero ¿cómo irse sin ver La Gioconda?

No digo estar frente a ella. Esa frustración estaba asumida. Digo sin pasar por su sala. Nos disuadía un consejo casi unánime: “es absurdo empeñarse en verla; a eso van todos, especialmente los turistas orientales; el Louvre guarda riquezas mejores, tantas que te marearás sin intentas verlas todas; hay que elegir”. A esas alturas, habíamos disfrutado ya de El intendente Ebih-il, esa maravilla de alabastro sumerio que lleva casi 5000 años mirando al frente con pueril entusiasmo. Habíamos visto muchas esculturas, infinitas esculturas. Estábamos ya agotados de ver esculturas. Sin darnos cuenta, había ido creciendo en nosotros el interés por visitar La Gioconda que nuestra prudencia de novatos y nuestro instinto de diferenciarnos de los turistas orientales habían conseguido acallar hasta entonces. Pero tras dos horas de visita, el cansancio había derribado los diques: ¿Cómo nos vamos a ir sin echarle un vistazo a La Gioconda? No sabemos cuándo volveremos. Ni siquiera si vamos a volver. De todos modos, los planos nos guiaban siempre ante las dichosas esculturas ―a nosotros y a unos japoneses a los que seguíamos discretamente―. Por fin, antes de rendirnos, hicimos lo que deberíamos haber hecho una hora antes. Preguntar. Uno de los vigilantes mimetizados en su silla esquinera nos aclaró que estábamos fatigando el ala Richelieu del Museo. Había que volver al patio distribuidor, pasar por un nuevo control y adentrarse en el ala Denon. Empujados por el alivio y la certeza de haber resuelto el enigma, aunque fuera gracias a un chivatazo, avanzamos ligeros. Pasamos deprisa por la sala de los grandes cuadros heroicos franceses. Finalmente, tras una concentración maciza, infranqueable, de turistas, al fondo, columbramos la Monna Lisa, el cuadro que Leonardo se murió sin terminar, el que un carpintero italiano sustrajo en 1911 y mantuvo dos años escondido. La mujer del retrato nos miró desde lejos y nosotros a ella, como si la conociéramos de siempre. Por fin nos fuimos a comer tan satisfechos como si hubiéramos visto París.

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Estos artículos se han publicado los domingos en la página 2 del diario La Tribuna de Albacete