Adiós, Delfín

 

En Yeste le han rendido homenaje a Delfín Rodríguez Sánchez, el poeta que adoptó como apellido el nombre de su pueblo. Fue su padre quien se lo recomendó, nos revela Lucía, la hija de Delfín. Cuenta también que Delfín era poliédrico, que tuvo siete vidas como los gatos: fue maestro, ATS, padre, abuelo, carnavalero, mimo y sobre todo, sobrevolándolo todo, fue poeta. Lucía cerró con entereza el homenaje organizado por Pedro Artuñedo en la Asunción de Yeste. Había empezado siendo ceremonia religiosa, pero hasta los oficiantes tiñeron con anécdotas de Delfín los ritos católicos. Así comprendimos que aquel tipo de energía y cháchara imparables, que se iba derramando en cordialidad y en proyectos, se comportaba igual con todo el mundo, incluso con el espejo cuando se quedaba a solas. Lo teñía todo con su personalidad. Allí estaba su sonrisa presidiendo el acto desde una fotografía en la que nos saludaba tocándose la gorra. Se le veía mayor, pero su mensaje gestual llegaba nítido, y por su mano de mimo no había pasado el tiempo. Contó su amigo Amado que, en la víspera de su muerte, Delfín no solo lo reconoció cuando pasaba por delante de su habitación del hospital, sino que lo reclamó a su vera y le pidió que le escuchase porque tenía «poco tiempo y mucho que contar». Y estuvo una hora acumulando recuerdos que a veces no se le entendían, por pura debilidad. No obstante, cuando Amando interrumpió la escucha para hablar con Lucía, Delfín le exigió muy enfadado que siguiese escuchando. Fue memorioso y parlanchín hasta el final. También supimos que, en el pasado agosto, cuando se marchaba en taxi tras leer unos poemas, como hacía cada año de los últimos 30, pidió al taxista que aminorase para despedirse de Yeste con una mirada envolvente y nostálgica. Todos cuantos salimos al estrado hablamos de nuestro Delfín, diferente en los matices y reconocible en el fondo. Recordamos al poeta inclasificable que se fue con 96 años dejando sus poemas en el libro Llaves (2013) y miles de manuscritos dispersos en folletos, billetes y servilletas, a la espera de que alguien los cribe.