domingo, 19 de noviembre de 2023

Meterse en la piel

 

Un momento de la representación de Las guerras de nuestros antepasados

En pocas semanas he asistido en el Teatro Circo a dos interpretaciones de quitarse el sombrero.

La casi nonagenaria Nuria Espert encabezó el elenco de La isla del aire de Alejandro Palomas. La escoltaban otras cuatro actrices, pero el peso pivotaba en ella. Hacía de matriarca de dos hijas y dos nietas, todas ellas fracasadas en sus matrimonios, todas ellas infelices, cada cual a su manera. Su papel consistía en hurgar en las heridas de todas ellas, lograr que se abrieran, para luego echarles dentro la cruda realidad, la que elimina cualquier autoengaño y esperanza. Era su modo salvaje de curarlas. Y lo hacía variando los tonos, fingiéndose achacosa cuando era preciso, administrando cada gramo de energía. Se la notaba justita de fuerzas, pero la autenticidad no precisa de otra cosa que no sea autenticidad. Ya era un mito la primera vez que fui a verla, hace muchos años. Interpretaba la Yerma de Lorca, y me pareció una Yerma un poco mayor que el personaje y un punto acelerada. Dos discordancias muy sutiles, pero que la alejaban de la excelencia que había ido a buscar. Sin embargo, ahora la Espert rebosa verdad, a lo mejor porque no puede desbordarse. Resultan impagables su generosidad y su entusiasmo de novata, sin dejar de ser ella. A Carmelo Gómez, por el contrario, no lo reconocimos hasta que salió a saludar ya despojado del personaje de Las guerras de nuestros antepasados, que no era un personaje sino un tipo real en el que llevaba dos horas embutido. En ese tiempo nos habíamos estado preguntando de dónde habían sacado a ese paleto leonés, intransigente, ingenuo y enfermo de los pulmones. Hasta que no aplaudimos, no se rompió la magia. La obra que representaban, una adaptación de la novela de Miguel Delibes, y la otra obra de Alejandro Palomas, eran solo dignos soportes, aderezados por dos directores solventes, Mario Gas y Claudio Tocachir. Las cuatro actrices que escoltaban a la Espert y el compañero de Gómez, Miguel Hidalgo, contribuían a crear la atmósfera como la sección rítmica de una buena banda de jazz, sin alardes y sin baches. Por eso cada noche volví a casa estremecido.


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Estos artículos se han publicado los domingos en la página 2 del diario La Tribuna de Albacete