Qué libros elegirías para… Todos los años, cuando se avecina el 23 de abril, me asaltan con esta pregunta.
Me gusta. Me obligan a contener la prisa y buscar en mi interior sensaciones pasadas, lecturas con poso. Es como rebañar el plato. Los que me preguntan me atribuyen una autoridad que no estoy seguro de merecer, pero que agradezco. Me encanta que me etiqueten como escritor. Por eso me esfuerzo en complacerles. Me piden que elija, a bote pronto, como si estuviera en un concurso. Me acotan además el número: por ejemplo, diez. Los diez mejores. Por lo general no piden títulos de libros, sino nombres de autores, como si el hecho de mencionarlos equivaliera a haberlos leído. He llegado a una edad en la que renuncio a hablar de títulos que otorgan prestigio por su sola mención, sin haberlos disfrutado. De los libros no disfrutados prefiero no hablar. Menos aún de los no leídos. Al final, una biblioteca en gran medida es un proyecto y hay que aceptar que así sea. Tengo tantos libros pendientes de lectura que necesitaría varias vidas para disfrutarlos. Y siguen aflorando nuevos candidatos a un ritmo exponencial. La unidad de medida del disfrute lector no son los autores, son los libros. Hay autores muy sonados que solo tienen un par de obras decisivas. El extremo es san Juan de la Cruz, que tiene dos poemas monumentales y luego mucha hojarasca. Luego, abundan autores con una obra extensísima, de los que sin embargo solo me gusta (a veces mucho) un libro y ninguno más. ¿Cuánto del autor es eso? ¿Cómo medirlo? Aparte tengo que estar descartando continuamente escritores que salen en todos los medios, que te meten por los ojos, que tienen un millón de seguidores, pero cuya obra se me cae de las manos. Suelo preguntarme (tonto de mí) si de verdad han logrado leerlos sus apasionados admiradores. ¿Cómo lo han hecho, si yo, que me tengo por lector entrenado, no consigo pasar de la tercera página? Parece un fenómeno de hipnosis colectiva: creen que los han leído, pero en realidad no los han leído. Todas las sectas mesiánicas parten del mismo esquema: un gurú y un libro que nadie está leyendo. Juntos constituyen el centro de adoración. Pero, vaya, desarrollando estas consideraciones me he quedado sin espacio para dar esos nombres, títulos, o lo que sea que me pedían. Otro año será.
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