Con Yolanda Castaño, bajo la cúpula del Teatro Circo |
No conozco a nadie que viva del cuento y escriba buenos cuentos.
Tal vez porque no he llegado a conocer a Alice Munro, la narradora canadiense que ha muerto esta semana a los 92 años tras ganar el Nobel de 2013, que no pudo recoger porque padecía demencia. Vivir del cuento se antoja tan complicado que en castellano hemos acuñado esta expresión para referirnos a alguien que no sabemos en realidad de qué vive, porque no se le ve menear un esparto, aunque sin embargo vive, y casi siempre muy bien. En cambio, no necesitamos acuñar la frase “vivir de la poesía” porque todo el mundo tiene claro que de eso no se vive. El poeta Vicente Aleixandre, otro Nobel, sentenció que la poesía no da para comer, que, en todo caso da, a veces, para merendar. Y sin embargo, esta semana nos ha visitado Yolanda Castaño, que ha logrado este imposible. Bien es cierto que no le ha sido fácil, sigue ganándoselo cada día, apostando su salud y su vida en el empeño. Porque de eso se trata exactamente, de un empeño, una lucha contra la corriente en la que lleva treinta años enzarzada, desde los diecisiete en que le dieron su primer premio. Y no le vale solo con escribir versos. Ha tenido que convertirse en una agitadora cultural. Edita libros, organiza encuentros de poetas españoles y extranjeros, colabora con prensa, ha dirigido programas de televisión, imparte talleres… Por si le faltaba algo, este año viaja más aún, constantemente, para leer allí donde la reclaman los poemas de su libro Materia, por el que le han concedido el premio Nacional de Poesía. Un privilegio con trampa porque tiene que aprovechar el tirón, que se disipará pronto. Lo sabe por experiencia. El lunes pasado la escuchamos en el Teatro Circo, dentro del ciclo PoesíaViva. Leyó en gallego y castellano poemas que hablan de vivir entre dos lenguas, de que el coche y la casa son también de la familia, de que la decisión de no ser madre debería ser tan natural como su contraria. Muy pronto va a explicarnos en un libro por qué la poesía debería estar bien pagada y no lo está. Nadie mejor que ella puede saberlo.
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