Hace muchos años entrevisté a Antonio Muñoz Molina.
Estaba promocionando El invierno en Lisboa (1987). Le pregunté si se podía vivir de la literatura en provincias. En ese momento, Muñoz Molina vivía en Granada, aunque mantenía una colaboración semanal con el diario ABC, acababa de editar en Seix Barral y estaba a punto de ganar el premio Nacional de Narrativa. Me contestó que sí, que por supuesto, que lo importante era que los contactos fueran firmes y eficaces. A los pocos meses se mudó a Madrid. Otro que siguió sus pasos fue el también granadino Luis García Montero, que alternó sus clases en la universidad de Granada con su domicilio madrileño, hasta que pudo establecerse. Y no hace falta ahondar para evocar casos sonados como el del vallisoletano Francisco Umbral, que avecindó en Madrid pasando por el café Gijón. Madrid absorbe a los escritores, porque, aparte de los contactos y de las expectativas, les otorga un relieve inalcanzable en provincias. Y la literatura es solo un pequeño ejemplo, un sector anecdótico. Porque el magnetismo de España se concentra en Madrid, y genera un resplandor tan deslumbrante que no deja ver las periferias. Me hacen gracia los madrileños que denuncian los nacionalismos, como si los nacionalismos solo pudieran existir en los márgenes y no en el centro geométrico, neurálgico y balompédico, como si no pudiesen hablar en castellano los nacionalismos. Ahora están de Feria del Libro y parece que no existiera otra en las españas. Toldos, colas larguísimas, firmas interminables y autores sin una firma que llevarse al bolígrafo, pero presentes todos, apersonados a dar la cabezada sumisos. El autor que no asome por la Feria de Madrid no existe, aunque no venda, aunque no lo conozcan ni sus editores. La semana pasada celebramos en Ciudad Real unas jornadas maravillosas sobre el libro, Litterae. Allí se gestó el germen de lo que será el gremio de editores de esta comunidad penumbrosa, subterránea, eclipsada por Madrid. Hay vida más allá de Madrid. Y sin embargo, el domingo que viene iré yo también, contradiciéndome, a firmar a Madrid.
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