En verano nos golpean más las muertes de conocidos.
No sé si será por el calor o porque está uno más relajado. A finales de junio se nos fue el pintor Fernando López. Se lo llevó una enfermedad vertiginosa, de quince días. Y vaya si corrió la muerte. Justo un mes antes había venido al estreno de mi obra teatral La priora y era el de siempre. Luego intercambiamos wasaps. Le dije que iría a ver su exposición de dibujos en el café Kaf de Benimaclet. “Gracias, muchacho, no dejes de decirme algo si vas a verlo”. Y nos reímos por lo de “muchacho”. Fernando era quinto mío, pero más alto. Era un tipo extraño y sabio. Pintaba naturalezas en soportes naturales, como tocones de árboles y cosas así, de tal modo que cualquier motivo que abordara terminaba naturalizándose en el umbral del abstracto, sin llegar a cruzarlo. En mi recuerdo adopta los colores sombríos de sus pinturas, con las que se irá mezclando inevitablemente hasta ser una de ellas. Otro que se nos ha muerto esta semana ha sido José María Álvarez, el poeta de Cartagena. Siempre admiré sus poemas de sibarita, sus delirios de mitómano. A principios del siglo escribía aún con una máquina de bola. Cuando quería modificar un verso, lo reescribía, lo recortaba y lo pegaba con celo en el borrador. Echaba de menos las noches de farra con los poetas jóvenes, a los que acusaba de haberse vuelto funcionarios. Siempre permaneció fiel al traje con corbata, la barba blanca y la melena leonada. Era un dandi y un canalla, las dos cosas. Fue amigo íntimo de nuestro Antonio Martínez Sarrión y luego enemigo irreconciliable. Nunca he tenido del todo claro qué paso. Dicen que los distanciaron sus ideologías antagónicas. En su último libro, Seek to know no more (Renacimiento, 2016), empedrado de citas como siempre y más decadente que nunca, decía: «pasea conmigo, caminemos / dejando que nos penetre esta belleza, / que haga lo que quiera con nosotros». Están tocando las campanas por Fernando, por José María y por todos nosotros. Como las de Chinchilla suenan a lata, las sustituyo por Ella Fitgerald cantando Summertime.
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