Uno de los peores fines de semana de mi vida me sobrevino después de un atracón de cine de terror.
Con el fin de documentarme para un trabajo de la carrera, me zampé enterito un ciclo, a razón de dos películas por día. La mayoría eran malas, de esas que provocan el miedo a base de dar sustos, combinando un giro de la cámara con un subidón del sonido. Llegué al sábado con el sistema nervioso alterado. Como mis compañeros de piso se habían ido a sus ciudades de origen, me quedé solo y aquella noche estuve viendo deslizarse sombras y oyendo ruidos sospechosos. La razón me decía una cosa y el sistema nervioso me imponía otra. Llevaba el terror metido en vena. Dormí literalmente bajo la cama. Reavivo aquel recuerdo leyendo un artículo en Maldita.es. Explica que el cine nos ha hecho creer falsedades. Por ejemplo, no es posible dormir a una persona poniéndole en la nariz un pañuelo empapado en cloroformo. El cloroformo necesita unos 20 minutos para hacer efecto. Y el silenciador de una pistola apenas absorbe 20 o 30 decibelios del ruido del disparo, que se eleva hasta los 150. O sea, que un disparo sigue sonando como un disparo, aunque el arma lleve silenciador. El suero de la verdad lo único que consigue es soltarle a uno la lengua. No controla sin embargo su voluntad. El inyectado dirá lo que quiera decir y se callará lo que quiera callarse. Así voy, de decepción en decepción: las pirañas son herbívoras, o como mucho carroñeras, por lo que no devoran en minutos a un ser humano. Si te sumergen en nitrógeno líquido morirás por asfixia antes de congelarte. También (y esto es muy importante), si el corazón se ha parado ya no lo activarás con un desfibrilador por muchas sacudidas de plancha que le des al paciente. El desfibrilador (lo dice la palabra) ayuda a reorganizarse a un corazón desorientado, pero todavía latiente. Dejo la lectura porque tengo que bajar a la tienda. Allí encuentro a un tipo exaltado que defiende que los inmigrantes se apoderarán de España en cuatro años. Reconozco en él de inmediato los síntomas de la ficción metida en vena.
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