De pequeño me enseñaron a no rebuscar en la basura.
Interioricé bien la lección y nunca, afortunadamente, he tenido que desprogramarme hasta la fecha. Pero cuento con buenos amigos que hurgan en los desperdicios por placer. Algunos me arrastraron hace años a un congreso de “Amantes de las basuras” en el que participé sin pringarme, desde la cómoda distancia que a veces otorga la escritura. Urgía y urge denunciar que tiramos más de lo que el Planeta puede darnos, que la inercia de usar y tirar está acabando con nuestra especie sin que nos demos cuenta. Algunos de aquellos amantes de las basuras han mantenido viva su propensión. El más pertinaz viene siendo Sebas Navalón, al que conozco desde el Bachillerato. Durante muchos años compatibilizó su profesión de bombero con la recolección de objetos que sus dueños anteriores habían considerado inmundicia. Sebas establece con ellos una relación emocional. Siente que lo llaman, los recoge, los estudia y al final acaba dándoles una vida nueva. Rechaza categóricamente que sea “reciclaje”. En sentido estricto, no lo es. Los convierte en esculturas. Una idea que ya tuvieron otros. Está todo inventado. Ya se le ocurrió a Germano Celant en los años 60 darles una segunda oportunidad a los materiales humildes. Fue capitán del “arte povera” (para nosotros, arte pobre). En España tuvimos a Tapies. Sin embargo, conviene no aburrir con una avalancha de antecesores. En todo caso, como bien nacido que es, Sebas menciona con agradecimiento a Miguel Barnés y a Fernando López, ambos albaceteños, ambos tristemente desaparecidos, a cuyas sombras fue aprendiendo durante décadas con una paciencia y una humildad que hoy trasmite a sus propias obras. A lo largo de este mes de octubre puede visitarse una muestra de ellas en el Jardín Botánico. Objetos de metal, que parecían condenados a que se los tragase la marga en el estercolero, compiten ahora con las plantas y los pájaros y los seres de ese museo maravilloso que es el Botánico. Los seres de Sebas, aunque no produzcan clorofila, ayudan a respirar aire puro a nuestra imaginación.
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