Disfruto mucho recorriendo a solas y en silencio las exposiciones que me gustan.
El trance de la inauguración es más un acto social. Uno acude a saludar y a felicitar a los artistas. Ese día, las obras quedan en un segundo plano, detrás del trajín de las charletas, de los corrillos y del trasiego de bebidas y tapas, cuando hay piscolabis. Pero, si una exposición merece la pena, me gusta acudir en horas de poca concurrencia y dejarme atrapar en el universo que propone el artista. Recientemente he experimentado inmersiones de este tipo en la sala granate del Reina Sofía, entre los insomnios de Soledad Sevilla, y también en el Thyssen, deslumbrado por las líneas claras de Rosario de Velasco. En Albacete estuve a punto de conseguirlo en el Claustro de la Asunción. Pero de pronto, desde una de las salas laterales, me sobresaltó, chirriante, una trompeta. Y enseguida, desde otra pared, brotó a chorro una banda completa de instrumentos. Paraban, repetían. No era una música que acompañara. Se abrieron las puertas e irrumpieron unos alumnos del Conservatorio, niños, con sus móviles y sus conversaciones. El efecto mágico de la sala se había evaporado. Así supe que el Conservatorio de la Diputación tiene prometidos los cuartos que ha dejado libres el Instituto de Estudios Albacetenses al marcharse al chalé de Fontecha. Salas anejas al Claustro. De hecho, las ha colonizado. Y de paso, celebra actos en el mismo Claustro, obviando que hay una exposición abierta a los visitantes. Me pregunto qué dirían si se enteraran Luis Feito, Canogar o Isabel Muñoz, por citar solo tres de los prestigiosos artistas que han expuesto en la sala durante las tres décadas que ha mantenido una programación anual de interés nacional. Más de 5000 personas lo han visitado solo en este año. La última oportunidad para salvar este baluarte de la cultura albaceteña es que alguien con criterio consagre a las artes plásticas el Claustro de la Asunción, cubra ventanas y puertas, y lo blinde de la respetable necesidad del Conservatorio. Porque, igual que la música, el arte visual necesita silencio para obrar su magia.
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