He vivido por fin el día de San Jordi en Barcelona. Lo de menos es haber firmado ejemplares de mi libro Un poco de orden. Eso resulta estimulante, no vamos a negarlo, pero queda sumergido en la desproporción. Por la mañana, hasta las doce, había enjambres de personas: niños que caminaban en fila hacia algún evento, japoneses extasiados ante los edificios de Gaudí, gente guapa que iba y venía, muchos ya portando rosas, voluntarios que resonaban con furia sus silbatos en los cruces para pastorear el rebaño de la multitud, mesas radiofónicas con tertulianos muy tiesos en sus sillas, hablando todos un catalán engolado, el que usa la gente importante. Era pintoresco. La ciudad más cosmopolita de las Españas convertida en una feria de libros y flores. Como Google Maps cuando le rompes los esquemas, yo trataba inútilmente de recalibrar mi escala de proporciones, ahormada a Chinchilla. Tenía fresco el Encuentro del Viernes Santo en la plaza de la Mancha. Creía que aquello había sido una aglomeración. Qué iluso. Mis sentidos se mueven en una escala subatómica, por así decirlo. A las doce aumentó la densidad. A las seis ya no se podía dar un paso en Barcelona. Las colas que aguardaban firma de un personaje eran kilométricas. Todo era kilométrico. La masa compacta era kilométrica. Desde las Ramblas al carrer Gran de Gracia por un lado, o la avenida Lluis Companys por el otro, todo era un mar de casetas, de obras valladas, de gente moviéndose con micropasos. Uno intentaba asomarse, siquiera a curiosear, a ver quién era el héroe que concitaba la cola. Y lo más que conseguía acercarse aplastado entre el gentío era cincuenta metros. Por instinto y por necesidad, fui esquivando las colas y las casetas, después las aceras sobrecargadas por una humanidad maciza, fui buscando las calles alternativas, donde también había mucha gente y vendedoras de rosas, pero aún se podía andar. Intruso en aquel paraíso comercial, puesto a la advocación de un santo que ni siquiera existió, me fui retirando como pude hacia el hotel y pasé el resto de la tarde leyendo un libro que ya traía de casa.
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