Antes de jubilarme, asociaba el verano con lecturas.
Al llegar julio, todos esos libros que se habían ido acumulando en los estantes, mesas y suelos me llamaban a la vez, ilusionados. O el ilusionado era yo. Pero también iluso, porque ningún verano conseguía descargar satisfactoriamente la montaña. Antes de catarme, venía volando el nuevo curso y nuevos libros empezaban a acumularse sobre los anteriores formando una nueva montaña que al cabo de los años fue conformando una cordillera. Así que miraba hacia la jubilación como la oportunidad definitiva de ponerme al día. Desengáñense los ingenuos como yo. La jubilación sirvió en un primer momento para quitar los libros de en medio, para no tropezarse con ellos, para situarlos en las estanterías por riguroso orden alfabético de apellidos, antes de elaborar una lista de prioridades. Un tiempo que le robé a la lectura, creyendo que el orden me ayudaría a adelantar camino. La realidad es que fueron llegando nuevos libros que se sumaron a los anteriores, formaron nuevas montañas, se colaron en la lista. Otros hubo que revisarlos para documentar mis proyectos de escritura. El verano pasado abandoné la tarea quijotesca de reseñar un poemario cada semana, lo que me obligaba a leer varios para seleccionar los idóneos. Un trabajo de negros, que sin embargo no me había impedido leer otros libros durante los diez años que desempeñé esta tarea. Libros de toda ralea: ensayos, novelas, teatro... Como me temía, aunque sea una constatación contraintuitiva, ni la jubilación ni la cesación de mi tarea como crítico ampliaron mi tiempo de lectura. Lo inundaron otros proyectos y otras actividades que requieren la lectura como herramienta, pero no como placer (en el sentido de sentarse a leer a la pata llana como si no hubiera un mañana). Aun así, porque conviene hacerlo de vez en vez, miro los seis meses vividos y han caído más lecturas de las que creía. Por citar tres: El loco del fin del mundo de Javier Cercas, Los años irrecuperables de Jaume Asens y Monstruos de Claire Dederer. Qué curioso, ninguno de los tres son novelas. Ni poesía.
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