Es difícil hablar de un monstruo del que uno forma parte.
Porque ¿dónde acabas tú y dónde empieza el monstruo? ¿o dónde empiezas a ser monstruo? Quiero decir, turista. Como tantos factores de este siglo vertiginoso, el turismo está descontrolado. Se comporta (nos comportamos) como una manada de bisontes que cambia de dirección por impulsos impredecibles y que arrasa y pisotea cuanto se le cruza en el camino. Ser ciudadano occidental, ser español con papeles es un privilegio. Pero conlleva ciertas servidumbres. Obliga a consumir. Casi te obliga a huir de ti mismo en verano. Antes era al sol, a la playa, y punto. Ahora sentimos la obligación de que el plan de fuga sea una experiencia inolvidable. Hay que salir a ver cosas emblemáticas, comer en sitios emblemáticos, y dar fe con selfis de que se han cumplido esos hitos, con el mismo ímpetu obsesivo con que se pasan pantallas en un videojuego. Si te crees explorador, has de ir a sitios vírgenes que nadie más conoce para luego alardear de que has estado en ellos y conseguir que terminen abarrotándose como el resto de los paraísos perdidos. No estoy criticando, estoy describiendo. Yo también formo parte de esa manada. Tampoco sé cómo escapar de la estampida. Somos seres sociales y necesitamos pertenecer a la tribu. A veces te desdoblas y sufres. Como cuando estás en una ciudad costera y un crucero desembarca tantos turistas que la población se duplica. O cuando un fondo de inversión desaloja tu librería favorita de Alicante («80 mundos») para convertir el local en apartamentos. Ahora el ayuntamiento de Toledo, una ciudad que ha devenido en museo, se propone domar la invasión con medidas extrañas: que los turistas vayan en fila india por las calles estrechas o que los guías dejen de usar paraguas de colores para reunir a la clientela. Decía el poeta Ángel González que le gustaba viajar para imaginarse cómo era la vida cotidiana de la gente de los lugares que visitaba. Han cambiado tanto las cosas que ahora es más fácil quedarse esperando a los turistas y preguntarse cómo será la vida que los ha traído a este frenesí.
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