Un grupo de personas de distintas edades tienden sus vasos de metal suplicando comida. Abren sus bocas para acentuar la urgencia de su necesidad.
Así arranca el montaje teatral de La barraca que ha dirigido Magüi Mira y que vivió su estreno mundial en el Teatro Circo el sábado pasado. Es una versión de la novela que Vicente Blasco Ibáñez publicó en 1898. La directora asegura que el tema central es el hambre, el hilo conductor que la vincula con la versión teatral de nuestra paisana Marta Torres. Mira insiste en que ha arriesgado mucho. Los ocho actores se mueven delante de unas paredes móviles, con doce espejos cada una, que reflejan sus evoluciones, las duplican, generan una inquietante profundidad que remite al mundo de los sueños unas veces y al de las pesadillas en otras. A menudo se desplazan abrazados, al ritmo que marca la música de Santi Martínez. Van ataviados con ropas grises, sin ninguna concesión al color ni a la alegría. Son pobres. En la novela original eran campesinos de la huerta valenciana. El riesgo que ha corrido la directora es convertirlos en símbolos, internacionalizarlos por medio del hambre que es absolutamente global y no pasa nunca de moda. Tampoco tenía muchas opciones, pues reproducir el costumbrismo de la novela original hubiera sido rendirse a una iconografía desgastada, con la que nos familiarizó la serie televisiva Cañas y barro (1978). El argumento es simple y terrible: la xenofobia, al estilo de la película As bestas. Los huertanos autóctonos, sin terminar de sacudirse el hambre, impiden a los recién llegados que se ganen el pan. El porqué está más claro en el texto que en el escenario. En los estrenos siempre hay ajustes pendientes. Ningún montaje está maduro antes de las diez representaciones. Sin embargo, La barraca de Magüi Mira sorprende, fija la atención, es hipnótica en muchos pasajes, y deja, al terminar, el disgusto de que pasan los años y los siglos y seguimos siendo incapaces de superar el odio y el hambre. Sin nombrarlas, ahí están Gaza, Ucrania, el Sahel, Sudán, el Congo… Seguimos siendo tribus primitivas.
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